La época navideña ha llegado a su fin y con ella, la magia y el encanto que nos rodean durante estas fechas. En la plaza mayor de nuestra localidad, las luces y decoraciones han sido desmontadas, dejando atrás un vacío que nos hace deliberar sobre el paso del tiempo y el inevitable fin de las cosas.
Mientras observamos a los operarios retirar el colosal adorno navideño, una mezcla de paquete de regalo, macroesfera y abeto sobreiluminado, no podemos evitar sentir una nostalgia que nos invade. Es como si una parte de nosotros se afuera con cada pieza que es retirada, dejando un espacio vacío en nuestros corazones.
Pero, ¿por qué nos afecta tanto el fin de las cosas? ¿Por qué nos cuesta aceptar que todo tiene un final? La primera persona normal, llena de nostalgia, suspira y expresa su tristeza ante el final de las cosas. La segunda persona, con una mirada más positiva, cuestiona esta actitud y nos hace deliberar sobre la importancia de aceptar los cambios y seguir adelante.
Es cierto que el final de las cosas puede ser lacerante, pero también es una oportunidad para crecer y evolucionar. Cada experiencia, cada época, tiene un principio y un final, y es precisamente ese final el que nos permite avanzar hacia nuevas oportunidades y retos.
A veces, nos aferramos tanto a las cosas que nos cuesta dejarlas ir. Nos aferramos a una relación que ya no nos hace feliz, a un trabajo que nos agota, a una situación que nos limita. Nos aferramos al pasado, a los recuerdos, a lo que ya no está. Pero, ¿qué pasaría si en lugar de aferrarnos, aprendemos a soltar y dejar ir? ¿Qué pasaría si en lugar de lamentarnos por el final de las cosas, nos enfocamos en el presente y en lo que está por venir?
Es normal sentir tristeza al ver cómo se acaban las cosas, pero también es importante recordar que todo tiene un propósito y un ciclo. Nada es para siempre, y eso es lo que hace que cada momento sea valioso y único. Aceptar el final de las cosas nos permite valorar lo que tenemos en el presente y estar abiertos a nuevas oportunidades en el futuro.
Además, el final de una época también significa el comienzo de otra. Y eso es algo que debemos celebrar y agradecer. Cada final es una nueva oportunidad para crecer, aprender y evolucionar. Es una oportunidad para dejar atrás lo que ya no nos sirve y avanzar hacia lo que realmente nos hace felices.
Así que, en lugar de lamentarnos por el final de las cosas, deberíamos enfocarnos en todo lo bueno que nos ha traído y en todo lo que está por venir. Deberíamos agradecer por cada experiencia, por cada persona que ha formado parte de nuestra vida, por cada momento que nos ha hecho reír y llorar. Y deberíamos estar abiertos a lo que el futuro nos depara, con la certeza de que cada final es solo el comienzo de algo nuevo y maravilloso.
El desmontaje del adorno navideño en la plaza mayor de nuestra localidad nos recuerda que todo tiene un final, pero también nos invita a mirar hacia adelante con esperanza y entusiasmo. Porque, al fin y al cabo, lo que realmente importa no es el final de las cosas, sino cómo vivimos cada momento y cómo nos preparamos para lo que está por venir.
Así que, queridos lectores, no lamentemos el final de las cosas, sino celebremos todo lo bueno que nos han traído y estemos listos para recibir lo que el futuro nos depara. Porque, como dice el refrán, “cuando se cierra una puerta, se abre una ventana”. Y esa ventana puede ser la oportunidad de una vida llena de fel