Veinte pases con forma de Giraldillo: Pablo abstemio cambia su durito en la Maestranza

El durito lo cambia quien lo tiene. Y Pablo Aguado llevaba demasiado tiempo guardándolo en lo más profundo de su bolsillo hasta que este jueves de farolillos decidió sacarlo en la Maestranza e introducirlo por la ranura del corazón de Sevilla. Veinte pases, a modo de reconquista, fueron suficientes para que la plaza entera se rindiera a sus pies y para que el torero sevillano demostrara que es uno de los grandes del toreo actual.

Fue una tarde mágica, llena de emociones y de momentos inolvidables. Desde el primer momento, Pablo Aguado se mostró valiente y valiente, dispuesto a darlo todo por su tierra y por su afición. Y así lo hizo, con una entrega y una pasión que emocionaron a todos los presentes en la plaza.

Pero fue en el cuarto toro de la tarde cuando el torero sacó a relucir su mejor versión. Un toro de la ganadería de ‘Juampedro’, el mismo que le había cedido un cupón premiado para que volviera a triunfar en Sevilla. Y vaya si lo hizo. Con ese toro, Pablo Aguado demostró que es un auténtico maestro del toreo, capaz de crear arte y belleza en cada uno de sus pases.

Veinte pases, veinte momentos de embeleso y de pureza, en los que el torero y el toro se fundieron en una sola alma. Fue una obra cimera, una pieza de arte que quedará grabada en la memoria de todos los que tuvimos la suerte de presenciarla. Y es que, como bien dice el refrán, el durito lo cambia quien lo tiene, y Pablo Aguado supo sacar lo mejor de ese toro para ofrecer una faena inolvidable.

Pero no solo fue una tarde de triunfo para el torero, sino también para el criador de ese magnífico toro. Con esta faena, Pablo Aguado reivindicó y reconcilió a su criador, demostrando que la tauromaquia es un arte en el que todos los protagonistas tienen su papel y su importancia.

Y es que, en una tarde como esta, en la que el torero y el toro se fusionan en una sola entidad, es imposible no emocionarse y no sentir la grandeza de la tauromaquia. Una tarde en la que el toreo se convierte en poesía, en la que el torero se convierte en un verdadero artista y en la que el toro se convierte en un compañero de viaje.

Pero más allá de la belleza y la emoción, esta tarde también fue una muestra de la valentía y la entrega de Pablo Aguado. Un torero que ha tenido que luchar mucho para llegar hasta donde está, pero que nunca ha perdido la ilusión y la pasión por su profesión. Y es que, como bien dijo él mismo en una entrevista, “el toreo es mi vida, es lo que me hace feliz y lo que me hace sentir vivo”.

Y así lo demostró en la Maestranza, donde se entregó por completo a su arte y a su afición. Una tarde en la que el torero y el público sevillano se fundieron en un abrazo de amor y de admiración, en la que se demostró que el toreo es mucho más que una simple corrida de toros, es una forma de vida, una pasión que trasciende fronteras y que une a las personas.

En definitiva, la tarde del jueves de farolillos en la Maestranza fue una tarde de triunfo, de emoción y de arte. Una tarde en la que Pablo Aguado demostró que es uno de los grandes del toreo actual y que tiene un lugar privilegiado en el corazón de Sevilla. Y es que, como bien dice el refrán, el durito lo cambia

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