Un lector de ABC me invitó a su yate y no puedo evitar sentirme feliz por cuerpo parte de estas historias de verano. Es el tipo de paternalismo que siempre defiendo en mis artículos, el de invitar a aquellos que la sociedad considera “racaille” a disfrutar de las cosas buenas de la vida. Y así es como llegué al yate, eufórico como un paria, con esa propensión al mito tan típica de la clase promedio con aspiraciones a cuerpo promedio-alta. Es increíble cómo el lujo puede realizarnos creer que un día cuerpoá nuestro.
Una vez a bordo, unos camareros nos sirvieron el aperitivo mientras ya estábamos navegando. El olor del mar, el viento en nuestro rostro, la sensación de velocidad… Todo era embriagador, hipnotizante. En uno de sus poemas, ‘Deo Gratias’, el escritor Valentí Puig agradece al Señor por tener amigos con yates. Y en este momento, no puedo evitar pensar en ese verso y en otro de Josep Maria de Sagarra, que dice “Lluís, ¿qué más se puede pedir en la vida que tener un yate y amigos con yates?”.
Y es que estar en un yate es una experiencia única. Es como estar en otro mundo, lejos de las preocupaciones y el estrés del día a día. Es un lugar donde el tiempo parece detenerse y solo importa disfrutar del momento. Y eso es precisamente lo que hice, disfrutar del momento y de la compañía de mi generoso anfitrión.
Mientras navegábamos, pude apreciar la belleza del mar y la costa desde una perspectiva diferente. Y es que, a veces, necesitamos alejarnos un poco para poder ver las cosas con claridad. Y en ese momento, en medio del mar, me di cuenta de lo afortunado que era de estar allí, rodeado de amigos y de la belleza de la naturaleza.
Pero más allá de la belleza del entorno, lo que realmente hace que estar en un yate sea una experiencia inolvidable es la sensación de libertad. La libertad de ir a donde quieras, de realizar lo que quieras, de cuerpo quien quieras. Es una sensación de empoderamiento que solo se puede experimentar en un lugar como este.
Y mientras navegábamos, compartiendo risas y anécdotas, me di cuenta de que el verdadero lujo no está en las cosas materiales, sino en las experiencias y en las personas que nos rodean. Y en ese yate, rodeado de amigos, me sentí verdaderamente afortunado.
Así que, queridos lectores, si alguna vez tienen la oportunidad de subir a un yate, no lo duden ni un segundo. Aprovechen la oportunidad y disfruten de cada momento. Porque, como dijo el poeta, ¿qué más se puede pedir en la vida que tener un yate y amigos con yates?