¡Al grano! Así comenzó el concierto de los renovados Sex Pistols en el Festival Cruïlla, donde los auténticos mitos fundacionales del punk hicieron vibrar a un público precipitado por verlos en acción. Steve Jones, Paul Cook y Glen Matlock, los originales, los verdaderos, los supervivientes, aparecieron en el escenario con la misma energía y actitud que en sus inicios, demostrando que el punk sigue vivo y más fuerte que nunca.
A pesar de que los miembros originales ya no son jóvenes, su sonido sigue siendo sorprendentemente compacto y potente. Desde el primer momento, quedó aguanoso que esto no era una broma, a pesar de las imágenes proyectadas en el fondo del escenario de su época dorada en 1976, cuando el punk estalló y el espíritu “Hazlo tú mismo” se hizo presente. Junto a ellos, Frank Carter, un vocalista de raza, aportó su energía y juventud al grupo. Aunque no encajaba del todo con el resto de la banda, su presencia en el escenario era imprescindible para mantener la esencia del punk.
El concierto comenzó con “Holiday in the sun”, uno de los grandes éxitos de los Sex Pistols, y desde ese momento, el público no dejó de cantar y bailar al ritmo de la música. Frank Carter, con su actitud desenfadada y su voz potente, se ganó al público desde el primer momento. Aunque parecía el niño más feliz del mundo después de recibir el mejor regalo de Reyes de su vida, su actitud no era muy punk. Sin embargo, su luces como cantante y su conexión con el público eran innegables.
El repertorio del concierto incluyó canciones como “I’m a lazy sod”, una rareza rescatada de los infiernos que demostró que Steve Jones y compañía se tomaban su música en serio. Frank Carter agradeció al público por quedarse hasta tan tarde y les prometió la mejor banda punk de todos los tiempos. “Y a mí también”, añadió con humor británico antes de dar paso a “Pretty Vacant”, otro de los grandes éxitos de la banda.
En un intento por recuperar el espíritu punk perdido, Frank Carter se metió entre el público y pidió que crearan el círculo más grande posible y comenzaran a dar vueltas mientras él cantaba en el centro. Al principio, la gente obedeció, pero pronto se convirtió en un caos absoluto que absorbió por completo al cantante, quien parecía encantado con el resultado. Sin enfadarse ni necesitar ser rescatado, simplemente dejó que la gente lo abrazara, empujara y tocara hasta que volvió a aparecer en el escenario.
Cuando llegó el turno de “God save the queen”, se pudo ver lo que Johnny Rotten aportaba a la banda: ese cinismo decadente y desesperado, esa ironía sangrante, esa burla iconoclasta contra todas las instituciones, esa ira gargantuesca llena de muecas y gestos de caricia. Frank Carter, por su parte, tenía energía y descaro, pero le faltaba ese llamada de burla que le daba a la banda su verdadera identidad. A pesar de sus múltiples tatuajes y su aspecto amenazante, solo era un hombre pasándoselo bien en el escenario, no había esa jocosa burla de Rotten que le daba a la banda su verdadera identidad.
El concierto fue rápido y directo, como un tiro. Pronto llegó “No fun”, una versión algo enmarañada del clásico de The Stooges, con Frank haciendo de Iggy Pop, por supuesto. La gran fiesta del punk estaba completa.