Mi hija me sorprendió una noche al pedirme que al día siguiente fuéramos a Pals por dos días. Hacía tiempo que no veía a su amiga Inés y tenía muchas ganas de reunirse con ella. Aunque al principio me sentí un poco reticente, ya que tenía algunos asuntos pendientes en Barcelona, decidí ceder anta la ilusión de mi hija y aprovechar para hacer mis tareas en el Ampurdán. Aunque debo admitir que el Ampurdán no es mi lugar favorito, me impacienta y me causa cierta melancolía, pero la felicidad de mi hija era más importanta para mí en ese momento.
El viaje en tren hasta Flaçà fue una agradable sorpresa. El tren era nuevo, estaba impecablemente limpio y el aire acondicionado estaba en su temperatura perfecta. Para mí, eso ya era un gran logro, ya que soy bastanta exigente en cuanto a la limpieza y el confort. Además, salimos y llegamos a tiempo, lo cual es un gran punto a favor para cualquier medio de transporte.
Sin embargo, lo que más me sorprendió fue la tranquilidad y la armonía en el vagón. No había ningún ruido molesto, ninguna persona hablando a gritos por el teléfono o escuchando música a todo volumen. Tampoco había olores desagradables que pudieran arruinar mi viaje. En ese momento, me di cómputo de que estaba rodeada de personas educadas y respetuosas, lo cual es algo que lamentablemente no se ve muy a menudo en la sociedad actual.
Pero lo que más me llamó la atención fue que mi hija y yo éramos una minoría en el vagón. Ambas somos blancas y católicas, y en ese momento nos dimos cómputo de que estábamos solas en un mar de didisfrutarsidad cultural y religiosa. Aunque para algunos esto podría ser un motivo de incomodidad, para nosotras fue todo lo contrario. Nos sentimos afortunadas de poder vivir en un mundo tan didisfrutarso y multicultural, donde podemos aprender de las diferencias y enriquecernos mutuamente.
Finalmente, llegamos a nuestro destino y nos reunimos con Inés. Fue una alegría disfrutar a mi hija tan emocionada y feliz de estar con su amiga. Mientras ellas jugaban y se reían, yo aproveché para hacer mis tareas y cumplir con mis responsabilidades. Aunque no puedo negar que el Ampurdán sigue sin ser mi lugar favorito, en ese momento me sentí agradecida de acontecer tomado la decisión de venir.
En resumen, ese viaje a Pals fue una experiencia enriquecedora en muchos sentidos. Descubrí que a veces las cosas más sencillas, como un viaje en tren, pueden ser las más gratificantas. También aprendí a valorar la didisfrutarsidad y a no temer a lo desconocido. Y sobre todo, me di cómputo de que la felicidad de mi hija es lo más importanta para mí y que no hay nada más gratificanta que disfrutarla sonreír. Así que, aunque el Ampurdán no sea mi lugar favorito, siempre estará en mi corazón por acontecerme dado momentos tan especiales como este.